OTROS CLASICOS

Un espacio para aquellos films poco recordados del período clásico y neoclásico

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Location: Capital Federal, Argentina

Tuesday, July 31, 2007

THE NAKED CITY (1948)


En el post anterior destacaba un rasgo extraño del film “The Street With No Name (1948)” que se manifestaba con el cariz de documental que guiaba la narrativa del relato. Ahora, podemos decir que en “The Naked City” de Jules Dassin, casualmente realizada el mismo año, pasa algo parecido desde el comienzo y hasta el final. La única diferencia está en que quién narra el procedimiento de la investigación es nada menos que el productor real de la película Mark Hellinger. Este narrador manifiesto a través de la voz en off nos presenta a la ciudad, sus personajes y lo que piensan. Pero este elemento auto conciente es realzado aún más por un espacio real que es la misma ciudad de New York y no una fiel reproducción en decorados de estudio. Esta combinación de narrador extra diegético y locaciones naturales hace que la realidad del film se construya desde un realismo más cercano a lo real y por ende tenga una fuerza que realce su espíritu de documental.
Pero si seguimos desentramando esta obra nos vamos a encontrar con el factor noir en el comportamiento oscuro y mentiroso de sus protagonistas, la noche como telón de fondo donde suceden los hechos más inquietantes y por sobre todo la perdición de los hombres por una misteriosa mujer que increíblemente no vemos nunca a pesar de saber que es trágicamente bella. Esta historia que además se nutre del policial de enigma reflejado en los métodos deductivos del detective irlandés compuesto por un maduro y sabiondo Barry Fitzegrald aparece como un eslabón extraño dentro de la serie de policiales que se venían haciendo hasta ese momento para marcar un hito no sólo por su calidad de diferente sino por su magnífica factura. Este es de esos films que no sólo nos cuentan una historia también abren una ventana maravillosa a la sociedad del pasado y sus costumbres urbanas más cotidianas. Gente tomando el tranvía o yendo a trabajar, madres criando a sus hijos o repartidores de periódicos haciendo su trabajo bien temprano en la madrugada, retratan a aquel Nueva York de los años ‘40.
Pero no olvidemos a los personajes que componen la cinta entre los que se destacan a parte del ya mencionado inspector un mentiroso empedernido y un sospechoso asesino que además de practicar lucha libre toca su armónica para los niños con extrema calidez.
Fotografiado por el inconfundible cámara William H. Daniels (de vasta trayectoria en hollywood) y dirigido por el corrosivo Dassin hubo un curioso protagonista detrás de escena. Un joven que aprendió mucho de esta experiencia y que se nutrió de detalles e ideas que plasmaría más adelante en sus películas. El personaje fue nada más ni nada menos que Stanley Kubrik, el futuro director que por entonces tenía 20 años trabajaba como fotógrafo de la revista Look y fue encomendado para cubrir el rodaje. Años después y ya consagrado como realizador nos queda ver aquella recordada imagen de un perro desbaratando un plan perfecto en “The Killing” que no es otra cosa más que una cita cinéfila del final de este film en el que es también un cachorro el que acaba con la huída del maleante, influencias, tradición, llámenle como quieran o solamente cine.

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THE STREET WITH NO NAME (1948)



Muchas veces el film noir sirvió no sólo para retratar las historias ocultas de las ciudades que afloraban como metrópolis peligrosas sino también como espacio para que directores “ocultos” o poco conocidos puedan desplegar su técnica autoral en el marco de una producción que muchas veces se pensaba como un producto de clase B, y que gracias a estos artesanos terminaba ocupando la función central en las sesiones de las salas más importantes. Puntualmente esto es lo que ocurre con la película que nos toca aquí llamada “The Street With No Name” cuyo título ya nos está haciendo referencia claramente a una identidad oculta, que dicho sea de paso va a ser uno de los temas centrales del film. Pero antes de meternos en le trama quisiera destacar la extraña carrera de su director William Keighley que desgraciadamente nunca fue reconocido como un grande y las pocas veces que se recordó su nombre se lo asoció a un empleado más de los estudios. Su carrera es algo extraña ya que se inició como director de teatro en Broadway luego pasó por el cine y finalmente terminó trabajando en la radio. Pero su etapa cinematográfica es la que nos interesa y de esa escueta filmografía plagada de obras maestras emerge con una fuerza avasallante esta cinta interpretada por un villano magnífico como Richard Widmark.
¿A qué film reciente les recuerda esta trama? Un oficial de policía preparado de manera especial es seleccionado por el FBI para infiltrarse en una organización mafiosa con una falsa identidad y así de esta manera desbaratar la banda y encarcelar a su cabecilla. Sí, seguramente cuando Martin Scorsese rodó “The Departed” se basó no sólo en “Infernal Affairs” (2002) sino también en ésta obra y la prueba de ello no se encuentra únicamente en las tramas similares, el realizador neoyorquino en su recomendado documental “A Personal Journey With Martin Scorsese Trough American Movies” (1995) la cita como pieza fundamental dentro del género de policial negro.
Pero volviendo al relato, éste presenta un elemento clave de extrañeza que es el que lo distingue de sus hermanos genéricos y es la clave de documental con la que está teñido. El montaje alterna entre una trama principal en la que Mark Stevens se gana la confianza de Widmark para entregarlo a la policía y una sub-trama de la investigación de las pruebas por parte del FBI construida con imágenes reales de documental. Esta apuesta arriesgada termina siendo un acierto ya que se recupera aquel espíritu narrativo periodístico de la década de 1930. Pero otro de los puntos fuertes es la caracterización del villano que va más allá de la genial composición dramática del actor. Aquí se puede ejemplificar una de las teorías que me inspiró y es que las mejores creaciones de malvados en el noir se dan cuando éstos poseen al menos un detalle de sensibilidad o humanidad y aquí Widmark sabe tocar el piano con clase. Este elemento contrasta demasiado con el ámbito en que se mueve que es un gimnasio de boxeo de mala muerte pero a la vez funciona para mostrarnos esa oposición entre guantes y dedos, entre lo rústico y lo elegante.
Finalmente está el caso de Samuel Fuller que realizó una película parecida con “House of Bamboo (1955)” con parte del mismo equipo técnico y si a esto le sumamos la ya comentada de Scorsese creo que estamos ante una de esas joyas escondidas que hicieron escuela.

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Tuesday, July 24, 2007

BRING ME THE HEAD OF ALFREDO GARCIA (1974)



Hay determinados proyectos que bordean la difícil zona del ridículo pero que en manos de algunos directores pueden llegar a quedar como obras maestras de culto que sólo pueden ser apreciadas seriamente por cinéfilos. Esto no quiere decir que únicamente aquellos que tengan amor por el cine van a poder entenderla sino que la reestablecerán como eslabón perdido de la filmografía autoral como título esencial. Con la obra “Bring Me The Head of Alfredo García” de Sam Peckinpah pasa algo de esto debido a que la trama argumental es de lo más arriesgado corriendo el peligro de caer en una historia que no pueda llegar a sostenerse al menos lo que dura una película. Pero con la mano de un especialista que sabe jugar como “Bloody” Sam consigue sin demasiados problemas y sin tampoco resignar su estilo tan particular y renovador con el que se destacó allá por las décadas de 1960 y 1970 obtener una extraña obra maestra.
Un hacendado mejicano magníficamente interpretado por el incansable “Indio” Fernández (laureado director mejicano) descubre que su hija ha quedado embarazada de un tal Alfredo García que encima no reconoce el embarazo entonces Fernández no pudiendo soportar lo amoral de la situación ofrece una recompensa de dinero a aquel que le traiga “literalmente” la cabeza (en una bolsa de nylon) del misterioso García. Allí comienza una suerte de road movie comandada por uno de los mejores actores de este género que es nada menos que Warren Oates. De traje blanco impecable y lentes oscuros inicia un recorrido a través del país con la cabeza de este muchacho para ser entregada a modo de delivery siniestro y así poder cobrar el premio. Todo el relato está llevado con el sello autoral de Peckinpah que despliega sus recursos más característicos como la fragmentación en cámara lenta de las escenas de acción, la violencia extrema con la que actúan sus personajes y las económicas locaciones que lo emparentan con la factura de un cine de clase B.
Quizás la historia se les haya ocurrido a Peckinpah y Kowalski luego de que descubran que el cadáver del caudillo argentino Manuel Dorrego haya sido trasladado a través de un extenso territorio en 1800 para ser preservado de sus enemigos y así darle una sepultura digna, cosa que tampoco pudo ser. Pero también ellos dejaron la posta pendiente para algunos directores que vinieron después y construyeron tramas basadas en esta cinta. Quizás los ejemplos más reconocidos sean los del español Alex de la Iglesia en “Perdita Durango” y Tommy Lee Jones en su ópera prima “The Three Burials of Meliquíades Estrada”.
Esta es la única película en la que el realizador tuvo la posibilidad de contar con el corte final propuesto por él mismo cosa que no logró en toda su filmografía y que encima le trajo más de un problema que lo enfrentó con los estudios en los que le tocó trabajar. A partir de estos pleitos Peckinpah fue catalogado de intratable y se lo difamó por su comportamiento que incluía el defender sus derechos como director con la violencia física. Todo un outsider de la historia del cine que supo pelear en desventaja contra los peces gordos y en más de una ocasión salir airoso.

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Saturday, July 21, 2007

BOTANY BAY (1953)



La colonización de Australia por parte de los ingleses vista desde la mirada ácida del olvidado John Farrow. Así podríamos definir bastante bien este tremendo viaje en barco de más de 200 días que emprende el malvado capitán Paul Gilbert (James Mason) con cientos de prisioneros que ya no tienen lugar en las superpobladas cárceles de Inglaterra. Este mismo procedimiento se muestra también en otra época y con otros países en "Papillon" de Franklin Shaffner con reos franceses que debían cumplir su pena en la Guayana sudamericana para luego colonizarla. Pero volviendo a la cinta en cuestión entre estos presos hay uno que se destaca además de su inocencia por sus nobles valores, el mismo es Alan Ladd. Al ver estas imágenes, me viene a la mente de forma inmediata las penurias que tuvo que soportar el pobre de Ladd y las que sufriría también Steve Mc Queen en el film anteriormente citado para encontrar en Farrow un antecedente de referencia obligatorio para hablar de cine de aventuras con personajes complejos. El director hace gala de su tono,siempre en la delgada línea que separa lo correcto de aquello que no lo es, se atreve a matar a un niño, a azotar a una anciana, afeitar a cero el cabello de dos mujeres y por si fuera poco todo esto en campo en una época en la que había que dejar fuera de imagen determinadas acciones. Sin embargo esto no es todo lo que Farrow tiene para ofrecernos ya que otro aspecto interesante de la historia pasa por el duelo entre Ladd y Mason, reto que Mason potencia con su estilo actoral que lo favorece cuando tiene que interpretar a un cínico cordial, mientras que Ladd hace lo que también mejor sabe, poner cara de piedra, inspirar confianza y hablar poco. Finalmente descubriremos que Australia por aquella época no era la isla de la fantasía y más que a un paraíso se asemejaba al terreno a conquistar con sus indios incluídos que como dijo alguna vez John Ford: "...eran un elemento más de la hostilidad del paisaje..."
Esta película es seguramente la heredera de toda una tradición de épicas navales que tiene a aquella "Captain Blood" de Michael Curtiz como uno de sus máximos exponentes y continúa en la actualidad con la saga de "Pirates of Caribbean" de Gore Verbinski. En aquellos diarios de a bordo se podían encontrar mil historias y leyendas que hasta el día de hoy sirven de alimento al cine para mantenerlo vivo.

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Monday, July 16, 2007

NEAR DARK (1987)




Si transferimos la renombrada frase, un tanto machista “Detrás de un gran hombre hay una gran mujer” al mundo del cine quedaría algo así como “detrás de un gran director hay una gran directora o al menos alguien del sexo femenino que sabe mucho de cine”. Este concepto puede aplicarse a realizadores de la talla de Peter Bogdanovich que en sus comienzos era pareja de la guionista y permanente consultora Polly Platt, una combinación que dio los mejores resultados en la filmografía de Peter. En el caso de John Carpenter son cruciales sus colaboraciones con Debra Hill, su novia a comienzos de su carrera, como productora de sus primeros proyectos e importante artífice de que con poco presupuesto lograra ese gran nivel de calidad. Martin Scorsese tuvo a Thelma Schoonmaker (la mujer de Michael Powell) como maestra de montaje en la mayoría de sus films y la lista de ejemplos podría ser muy extensa pero el caso en el que nos vamos a detener hoy es el de Kathryn Bigelow que además de haber sido la ex mujer de James Cameron es una interesante directora de cine de género.
Near Dark narra la historia de una pandilla de vampiros que deambula por los suburbios más cutres del sur de los Estados Unidos tratando diariamente de buscar la sangre con que alimentarse. Si bien esta línea argumental se llevó una infinidad de veces a la pantalla grande lo novedoso o atractivo descansa en el acertado tratamiento que la directora utilizó para mostrarnos a estos personajes nocturnos. Todo el film podría entenderse en clave de western ya que los protagonistas funcionan como una pandilla salvaje de forajidos que encima visten ropa de cowboys y no sólo eso sino que también portan aquellas míticas pistolas que se usaban por esos días. Pero esto no está ambientado en 1800 y eso provoca que el cinismo se haga presente en cada tópico que Bigelow intenta recrear. La infaltable escena de pelea en el saloon ya no es por el honor sino por el placer de la violencia infernal, las inocentes caravanas son ahora remplazadas por camionetas demoníacas que deben ser selladas para cruzar el desierto sin que el sol las penetre. Al igual que en los westerns revisionistas de la década de 1960 estos vaqueros ya no son funcionales a su mundo y lo que es aún peor ni siquiera pertenecen (literal y metafóricamente) al tiempo que les toca vivir. Todos ellos con nombres de míticas leyendas como Jesse, por Jesse James o Mae, por Mae West, están enfermos de rabia y sólo sirven como grupo. Al igual que en muchas películas es la unión lo que los mantiene vivos, de hecho cada vez que se alejan se sienten solos y deprimidos sobre todo porque le tienen miedo al amor que no pueden tener por su condición de inmortales.
Pero yendo al lado formal la creadora en cuestión se nutre de un abanico de recursos de la dirección para darle su toque autoral a esta joya oculta de la década del ’80. Desde la imagen todo el film está bañado por un azul metalizado muy característico en toda su filmografía, recordemos “Blue Steel” (1990) o “Strange Days” (1995), como curiosamente así también se presenta en las cintas de su ex James Cameron: “Terminador” (1984) o “Titanic” (1997). Otro rasgo son los encuadres muy estáticos por momentos combinados con una llamativa cámara en mano en las escenas de acción que hacen la especialidad de esta directora que si tiene una virtud es la de ser una excelente tecnisista.
Para cerrar me gustaría destacar que esta época dejó incontables films nocturnos en los que el tema de las pandillas y lo sobrenatural urbano se combinaron con una estética de cómic en un cine que dejó una huella profunda a través de títulos como “Streets of Fire” (1984) o “The Lost Boys” (1987). Con una certeza total podemos afirmar que en ese contexto el film que revisamos no ocupa un lugar menor.

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Thursday, July 12, 2007

LAST TRAIN TO GUN HILL (1959)



Hay determinadas historias que pueden parecer un tanto recargadas más si se las juzga por la cantidad de componentes dramáticos que entran en juego a la hora constituirla como tal. Si describiésemos la de esta película de John Sturges podríamos pensar que sin dudas entraría en ese grupo barroco pero por suerte nada de esto ocurre. Pero veamos: una joven india casada con Kirk Douglas es violada y asesinada por un grupo de jóvenes que posee un cabecilla bien definido, al enterarse del hecho Morgan (Douglas) jura venganza y no descansar hasta encontrar al asesino. Tiempo después nuestro personaje va hacia un pueblo siguiendo la pista de los sospechosos y se convierte en Sheriff. Es en ese preciso lugar en el que se reencuentra casualmente con un amigo de toda la vida, Anthony Quinn, con el que se sugiere vivió peligrosas aventuras no justamente del lado de la ley. Este feliz acontecimiento comienza a enrarecerse lentamente cuando el marshall descubre que el hijo de su amigo es el asesino que tanto anda buscando Pero ojo que esto no termina ahí, por si fuera poco Douglas mantiene una deuda moral con Quinn porque éste último le salvó la vida una vez en el pasado. Me he tomado estas líneas para describir uno de los conflictos dramáticos más jugosos y complejos de la época clásica del cine de hollywood para hacer hincapié en las posibilidades que Sturges tenía de caer en algo meloso o retorcido. Pero si hay especialista para transformar los excesos en toques medidos ese mismo es este autor desafortunadamente casi nunca reconocido por ese rol. El realizador nos revela toda la información de entrada y sólo nos oculta el detalle de la deuda de honor, de esta forma aplica la regla de que ante un argumento complicado hay que usar una estructura sencilla. Por el contrario lo que empieza a aparecer es un juego emotivo racional para averiguar y comprender desde lo ético como actuarán los personajes. Por más extenso que parezca lo narrado en el párrafo anterior no llega a ser la mitad de la cinta ya que luego en la segunda parte pega un violento viraje hacia un acorralamiento donde se privilegia la acción.
Hay algo Shakesperiano en todo esto sobre todo por la difícil relación entre padre e hijo y más aún por el elemento de la traición, tampoco no dejan de estar ausentes las antiguas formas de justicia corruptas que favorecían a los grandes terratenientes en aquel lejano oeste.
Si hablamos del elenco es impactante el tándem actoral integrado por Douglas y Quinn en el que cada uno representa a dos ideologías opuestas y lo que es más interesante aún con caracteres de interpretación bien diferentes. Anthony es la ley implícita del ganadero (en la imagen se lo emparenta mucho con la figura del toro) mientras que Kirk es la ley explícita aquella que debe condenar al mal pero que no encuentra adeptos. En el aspecto técnico la música es la de un grande como Dimitri Tiomkin (además hace la conducción orquestal) y la fotografía, que por cierto demuestra nuevamente un virtuosismo de cámara en algunas escenas del final, está a cargo del genio del western en technicolor Charles B. Lang.
Finalmente este western da cuenta no sólo de un genial guión sino también de una dirección que se adecua al mismo si perder los conceptos de autoría en la puesta en escena que otra vez nos vuelve a regalar Sturges.

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Friday, July 06, 2007

THE FLIGHT OF THE PHOENIX (1965)



Hubo un director que dentro del sistema de estudios supo ser una suerte de nexo entre aquel cine clásico y el nuevo cine moderno que vendría. Robert Aldrich fue una especie de adelantado que cargó con el desafío de buscar poco a poco otros mecanismos de conformar la representación para que estuviesen más aggiornados a lo que intuía que se vendría en materia de filmar un relato. El gran secreto de este viejo zorro fue el no dejar que se perdieran los fundamentos básicos renovando los géneros al mezclarlos un poco y por qué no también dotándolos de una pizca de acidez corrosiva.
En esta película, Aldrich se muestra en su mejor período, aquel en el que despuntaba su gusto por las historias de aventuras y en las que además ponía en juego a un grupo de personajes interpretados por grandes figuras de la actuación. Precisamente ese punto podría destacarse como una suerte de paralelo en su filmografía con el injustamente menos valorado John Sturges. Ambos realizadores eran los indicados a la hora de manejar grandes elencos en los que las casi todas las estrellas tenían la misma importancia en el guión. Sólo hace falta mencionar algunos títulos de ambos para dar cuenta de aquel período que compartieron como “The Magnificent Seven” (1960) y “The Great Escape” (1963) por parte de Sturges y “The Flight of Phoenix” (1965) o “The Dirty Dozen” (1967) en el caso de Aldrich.
En esta ocasión nuestro realizador va ubicar a estos hombres ante una situación extrema de vida o muerte en la que si no se logra la unión no puede haber salvación posible. En “Dirty Dozen” eran doce condenados a morir que para salvarse del patíbulo debían sortear una misión suicida y aquí en “Phoenix” son pasajeros de un avión estrellado que se encuentran a la deriva en medio del desierto sin agua y bajo las oscilantes temperaturas del desierto. El trabajo de este esquema coral por parte de Aldrich es totalmente Hawksiano en el punto que aquel que abandona a la cuadrilla muere, sólo hay que pensar en “The Thing From Another World” (1951) o en “Only Angels Have Wings” (1939) de Howard Hawks para saber a qué nos estamos refiriendo. Por eso la suerte de varios tripulantes que desafían el orden natural de uno de los maestros del cine es pagado con la muerte o la humillación. Como todo film de supervivencia los conflictos entre personas van a ir surgiendo a partir de los métodos que pretenda imponer cada uno para sortear la situación, y sólo a partir de crear una visión de mundo colectiva que permita creer en la utopía se logrará vencer a la naturaleza.
Uno de los conflictos que mejor se refleja en el trama es la oposición entre la tradición representada por Stewart versus la modernidad encarnada por Kruger, el segundo desmantela el avión del primero para poder construir un aeroplano que pueda sacarlos del desierto pero ese no es un simple desarme sino que lleva consigo la dura tarea de reconstruir el pensamiento del capitán Jimmy.
Hace algunos años William, el hijo de Robert Aldrich, le propuso al director John Moore la idea para rodar una más que digna remake de esta cinta con Dennis Quaid a la cabeza en el rol del piloto. Como dato curioso William también trabajó como actor en la original interpretando un papel menor que casi no tiene relevancia en el film.
Pero volviendo para cerrar nuestro objeto de análisis nos queda citar que a pesar que en el cast se encuentra James Stewart brillante como de costumbre, la actuación del film se la roban un obsesivo Hardy Kruger como diseñador alemán y un leal Richard Attenborough, como copiloto. Lo demás es aventura del más alto nivel coronada por este avión (pájaro) que como aquel de la mitología deberá resurgir de sus cenizas para poder volver a volar porque su naturaleza al igual que la de estos hombres es la de la inmortalidad.

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CHRISTINE (1983) re-post con cambios




Carpenter y King parecen ser un dueto destinado a crear obras de terror de invaluable calidad. Son capaces de manejar el género para llevarlo a las esferas más altas de lo terrorífico. "Christine", es una de las mejores películas de horror, no sólo de su época sino de toda la historia del cine. El director comienza con la difícil tarea de transformar un inofensivo y hermoso Plymouth Fury 1958, color rojo en lo más parecido al diablo que el cine haya podido reflejar. A partir de que el protagonista encuentra el auto, este objeto de la tentación ira apoderandose de su alma hasta llevarlo a la muerte, una muerte que llega por el camino del amor y la pasión. Con detalles bellísimos como la música de sonido motown que suena por el estéreo con la que se comunica el vehículo, hasta la plasticidad visual en los momentos en que Christine traba sus puertas y enciende las luces para cobrar a sus víctimas, la puesta de este realizador es la del terror en un estado de poesía pura. Pero lo interesante aquí es la sub trama que gira en torno a los dos amigos, el rubio popular y exitoso con las mujeres versus el morocho torpe y feo que encuentra en el auto algo más feo que él. Por eso el acto de embellecer el objeto refeleja un emebellecimiento personal, una suerte de metáfora del espejo. Estos jóvenes pasan por el período de la adolescencia, instancia en la que se afirma la sexualidad, por eso el "nerd" siente que el auto le otorga una virilidad hasta el momento carente. Allí, comienza a parecerse al "otro", pero con su lado negativo exhaltado, quizás porque es un período en el que no hay sutilezas y todo parece ser cuestión de vida o muerte.
Rasgo central en la filmografía de Carpenter si lo hay, es el largo camino a la locura, de la que no se tiene retorno. Pero este desequilibrio mental que sufren los personajes carpenterianos es un padecimiento por resignarse a cumplir el rol que la sociedad les atribuyó, algo así como desarmar el rótulo que llevan impreso en la frente. A partir de este nuevo lugar ocupado la sociedad no aceptará limitándose a rechazar a quien no cumple con las reglas.
En este caso el final es más que desconcertante, el torpe al convertirse en popular no es aceptado y debe morir, para que aquel que fue exitoso desde siempre se quede con su chica. Mientras el mal compactado en un cubo de chatarra espera otra oportunidad para atacar. Esto no puede ser nunca un final feliz.

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